jueves, 16 de abril de 2009

De que el dogmatismo se compadece mal con el pensamiento de veras

A algunos les gusta hablar a tontas y a locas de dogmatismo. Pero no suelen saber que la palabra dogma deriva del griego δοκει μοι, y que en este sentido significa lo que a mí me parece. Desde luego que el término ha padecido una historia por la cual ha terminado por significar lo que se acepta sin prueba, simplemente porque a mí me parece. En cambio, se confunden, creen o les parece que dogma es palabra y concepto que tiene que ver esencialmente con la religión. Desde luego que en el cristianismo hay dogmas, es decir opiniones que se admiten sin prueba, y más aún, opiniones que se admiten sin prueba y cuya aceptación se estima hipotéticamente obligatoria. Pero eso sucede en cualquier lado, de hecho es necesario que suceda en cualquier lado, excepto en el de la ciencia. Esto no significa que quienes se autodenominan o quienes son denominados por aclamación popular o burocrática (la burocracia universitaria) científicos no sean dogmáticos, significa que no son científicos de verdad, o por lo menos que hacen poca justicia a su fama de científicos cada que y en cuanto que aceptan algo dogmáticamente. En religión hay dogma, pero por lo menos quienes son religiosos y son ilustrados saben esto que ya dije: que la aceptación del dogma, en cuanto que dogma, es sólo hipotéticamente obligatoria. También saben, si su cabeza está abastecida de algunos pocos datos históricos y de algún poco de cultura general, que el dogma, de acuerdo con la ortodoxia cristiana, no ofrece ningún contenido fidei determinado. Oliver Clement explica que para la ortodoxia el dogma, en cuanto que dogma, es sólo un límite, y no es casualidad que Kant haya enseñado que la categoría de límite es la propia de la de los juicios indeterminados. De hecho San Gregorio de Nisa (PG 44, 377 D) sugiere que la admisión del dogma por la simple razón de que es dogma es cosa muy próxima a la idolatría. Pero otra cosa es el dogma en cuanto que momento del acto litúrgico. Y es que para el cristiano ortodoxo el dogma no ha de admitirse en cuanto que dogma, sino en cuanto que es expresión de la ortodoxia. Los critianos eslavos entendieron mejor que nadie lo que significaba en verdad la palabra ortodoxia dentro del contexto del cristianismo, no recta doctrina, sino православие: la gloria de la verdad, no opinión sino gloria, no rectitud sino justicia, y el alma rusa sabe bien que verdad significa justicia. Pero decir que algo es verdad es agitar una palabra huera si lo dicho no está acompañado de su prueba. Se afea el peso excesivo que al argumento de autoridad otorgaban los filósofos escolásticos, obviamente sin caer en la cuenta de que Tomás dijo de manera genial que "el argumento de autoridad es el más débil de todo, como dijo Boecio", y sin caer en la cuenta que la autoridad a la que apelaban los escolásticos no era ni al dogma ni a la escritura, sino al espíritu de uno y otro. Es decir, para los escolásticos, incluso el contenido del dogma era quaestio disputata, (como se puede advertir con suma facilidad con echar una ojeada a las páginas de esos autores), es decir algo no determinado dogmáticamente ni por autoridad alguna. Por paradójico que parezca, para los filósofos escolásticos, aunque ciertamente no para los secuaces de Pio IX ni para los tomistas de manual, el dogma no sólo no es ningún corsé impuesto al pensamiento, sino la ocasión e impulso inicial para el pensamiento de veras. Aunque en verdad tal pensamiento lo será sólo tanto cuanto procure liberarse, por el espíritu, del dogma.

La filosofía carece de la ventaja que favorece a las otras ciencias, de poder suponer que sus objetos están dados inmediatamente a la representación, así como la de suponer que el método de conocimiento con que se ha de comenzar y con que se ha de proseguir está aceptado de antemano. No hay que pensar, sin embargo, que la filosofía sea un modo accidental de pensar. La exigencia de no suponer nada hasta que no se haya demostrado debidamente, inclusive demostrar que una cosa en verdad está dada, es del pensamiento mismo en cuanto tal. Empero, no hay que dejar de notar que la filosofía tiene sus objetos en común con la religión. Ambas tienen la Verdad como su objeto, y digo y subrayo Verdad, por cierto, en el sentido más alto del término – en el sentido de que Dios y solamente Dios es la Verdad. La filosofía bien puede, por ende, suponer algún contacto personal y vital con sus objetos, más bien debe tenerlo, tener algo así como un interés en tales objetos, - aunque sea porque en el tiempo la conciencia se hace representaciones de los objetos antes de entenderlos o antes de tener conceptos de ellos, hasta el punto de que el espíritu pensante sólo a través de las representaciones y volviéndose sobre ellas avanza hacia el conocimiento que piensa y entiende.

Pero a la consideración pensante invevitablemente termina por exigírsele mostrar la necesidad de su contenido, es decir la de demostrar tanto la existencia como las determinaciones de sus objetos. De este modo, aquel contacto personal y vital con los objetos aparece insuficiente, así como resulta inadmisible hacer suposiciones o aseveraciones gratuitas. Así mismo se abre paso a la dificultad de establecer un comienzo, pues un comienzo en cuanto que inmediato supone, o mejor dicho, él mismo es una suposición.