domingo, 14 de septiembre de 2008

Mi amigo el toques



El apodo de mi amigo el toques, que es el individuo de la foto, no es bueno: es un lugar común, es facilón y carece de ingenio. Pero no fui yo quien se lo puse, por lo cual ni me disculpo ni me sonrojo. El caso es que así le llaman: el toques. Digo que no es muy ingenioso el apodo porque es una obviedad. Resulta que mi amigo padece de una horrible adicción. Ya me entenderán.

Sus amigos y familiares calculan que todo empezó cuando él tenía cuatro o cinco años. A la sazón, un señor llamado Rogelio Moreno conducía una cápsula para la televisión infantil en un canal de telerisa. Dichas cápsulas, además de estar tapidas de idioteces, eran patrocinadas por una marca de juguetes para niños estúpidos. Como el niño Toques no era muy brillante, y sus padres menos, pues éstos le regalaron uno de esos juguetes, llamado "el fabuloso Fred".

El juguetito llamó la atención del niño Toques durante unas horas, pues está compuesto de luces muy vistosas, por sólo de ello. Empero, al día siguiente, el Toques encontró en el juguetito una nueva gracia: sus pilas. Así fue como nuestro protagonista se inició en el mundo de los narcóticos y de las drogas: masticando pilas. Al Toques le parecía deliciosa esa extraña combinación de toquecitos con sabores ferrosos. Nunca le comentó a nadie, era una afición clandestina, que se guardara para sí, como si sospechara ya desde párvulo que masticar pilas es una actividad antisocial como ninguna.

Ya más grandecito, asistía a las cantinas muy regularmente: dos veces cada día, incluyendo los 29 de febrero de los años olímpicos. La gente que le rodeaba comenzó a abrigar sospechas. Sin embargo toda esa gente mordió el anzuelo, porque pensaban que el Toques asistía a las cantinas a trasegar alcohol. Nadie imagino que más bien iba a esos lugares para que el señor de los toques le vendiera algunos minutos de gloria celestial.

Pero la toxicomanía no conoce límites, las pilas y los toques de cantina dejaron de ser suficientes para saciar su sed de electricidad. Diseñó en su cabeza un plan grandioso, que pudo consumar fácilmente. Estudió un curso de enfermería y a los pocos meses consiguió un buen trabajo en un hospital de Azcapotzalco. Mi buen amigo se extravíaba por horas. Pocos conocían su paradero. Algunos conjeturaban que el buen Toques se encerraba con alguna enfermera en algún cuartito para ejercitarse en las artes del erotismo. Pero no. Se encerraba en los cuartitos, pero solo, con la máquina de electroshocks a un lado suyo. Mi buen amigo se empapaba el pecho, y sobre la piel humedecida se colocaba la plancha que encendia enseguida. Los ojos le quedaban blancos del placer. Lamentablemente, la compañía de luz y fuerza cada mes iba enviando recibos de electricidad más caros. Se hizo una investigación hasta que se dió con el responsable. Corrieron al Toques del hospital, no sin antes darle una buena indemnización y una patada en medio del culo.

Con el dinero de la indemnización se compró un automóvil. Mi amigo era ateo, aunque decía sentir cierta inclinación favorable hacia el cristianismo (la única religión que adora a un Dios ateo, según él), por lo que nunca le llamaron la atención los coches. De hecho él pensaba que el automóvil era la invención tecnológica más torpe de toda la historia de la humanidad: quema gasolina, quita tiempo y es caro. Pero la divinidad parece siempre complacerse con el desperdicio, con el gasto inútil. Pues bien, se compró el automóvil sólo para poderse "dar corriente todas las noches". En efecto, cada noche, con muchísimo celo, el Toques colocaba unos extremos de los cables de corriente en cada uno de los polos de la batería del coche, mientras que los otros extremos los colocabo, uno sobre su pezón, y otro sobre su güevo izquierdo, debajo de la portañica. Con el paso de los años comenzó a perder todo pudor, por lo cual podía vérsele en medio de la calle dándose sus dosis de sabrosa electricidad. En una de esas dosis, el buen Toques quedó arrojado en el suelo aventando rayos y centellas de su boca, mostrando al mundo un rostro que era expresión pura de goce; entonces algunos ladrones jijos de la gran flauta aprovecharon la ocasión y se robaron el coche.

Orillaron así al Toques a lo que sería su ruina: colgarse de los cables de luz. No era extraño encontrarlo subido hasta la punta de un poste mordisqueando los cables. Después de haber pelado el cable mi buen amigo cogía con sus manos el cobre pelón mientras se balanceaba acrobáticamente por los aires. La gente lo miraba, quedando inmediatamente prendada del espectáculo. Pero no tardaron en llegar los apagones causados por sobrecarga. Los vecinos trocaron su primera afición en furia, sus primeros aplausos en pedradas. Fue una de estas pedradas, que le estrelló la frente mientras danzaba sobre los cables, lo que le quitó la vida a mi amigo el Toques. Pienso en él y una lágrima se despeña sobre mis mejillas.

5 comentarios:

MoMO dijo...

Gran historia la del Toques.

Bruja dijo...

Quiero que cuando alguien hable de mi vida sea tan divertida y tragica como la del toques XD.

Xavier dijo...

Yo también era fan de los toques y puedo dar fe de la pérdida de neuronas provocadas por esta práctica. Portañica es una excelente palabra.

Rocío del Mar dijo...

La foto de don Toques me da miedo... :S

r. dijo...

Se parece al Chelís!!!
eres el rey del humorismo blanco! joi joi joi